jueves, 27 de diciembre de 2012

EL CANGREJO Y EL BARCO DE PAPEL


Régulo Poyer

 

Cierta vez allá en una esquina del mundo existió un cangrejo, afamado por saber construir toda clase de cosas con la arena y también con todo aquello que la marea le traía. Él no era como otros, nunca se quejó de la basura humana porque toda ella le parecía tan ingeniosa para elaborar maravillas. Dicen del cangrejo que hasta esculturas de sirenas hermosas realizó, y cuando la brisa resoplaba en ellas, haciendo vibrar trozos de vidrio en sus gargantas, las sirenas cantaban estrofas seductoras y exhalaban perfumes que podían apacentar al más terrible rugido de un tigre enamorado. 

Mas, como el cangrejito muy temprano elaboraba sus obras a la orilla de la playa, en la noche al subir la marea, sus esculturas e inventos se deshacían en el mar. 




Sucedió entonces en un atardecer, un hombre ruin y desvergonzado, despreciado y arrojado de todos los pueblos donde había vivido porque no conocía el amor, vio una de sus esculturas, una sirena, y en sus carnes le invadieron los temblores. No sabía qué hacer, deseaba inconcebiblemente aquella mujer, para él era perfecta, su voz, su olor, la tez de su piel, su cabellera, su mirada profunda. El hombre quedose inmóvil como ella, eran como dos estatuas, una al frente de la otra. Así pues observándola hasta la puesta de sol y cuando los temblores no soportó más, decidió abrazarla. En eso el agua tocó los pies de su ilusión y ella por supuesto se deshizo completamente. Él no lo pudo creer. Por primera vez había sido engañado. Increíble, un hombre tan infame sufriendo un desengaño amoroso. Y pensando en esta desilusión se durmió hasta el amanecer. 






Al día siguiente el cangrejo empieza a construir una escultura mucho más atractiva que la anterior, y el hombre fascinado por la ingeniería del cangrejo le preguntó qué de cosas sabía hacer además de esculturas tan fascinantes. 






- Todo, o mas bien casi todo lo que me pidas lo sé hacer, aunque todo eso como usted ve es ilusión- le dijo el cangrejo. 



- ¿Y qué es lo que no puedes hacer? 



- Algo que sea verdadero como un barco de papel hecho con amor para un hijo. Cuando el cangrejo culminó la escultura el hombre no podía creer que tanta belleza era una mentira, y abrumado y furioso la derribó a golpes. Luego más enardecido por el engaño saltó sobre el cangrejo para aplastarlo y este huyó rogando por su vida.

- Haré lo que me pidas a cambio de no morir, -dijo el cangrejo. 

- ¡Pero todo lo que haces es mentira! ¿De qué me serviría? 

- Pues tendrás el poder de la mentira,- replicó el cangrejo buscando persuadir. 



Y no fue difícil convencerlo. Un hombre tan ruin sabía que la estafa es un poder. Así que le pidió algo muy difícil pero no imposible: seres capaces de hacer cualquier cosa por el poder y siempre bajo sus órdenes. Entonces empezó a construir su ejército de seres inhumanos, viles asesinos, monstruos jamás conocidos con apariencia de gente, unos encantadores, otros de mente ágil, pero ninguno capaz de hacer un barco de papel. Ése era su punto débil, no sabían hacer nada con amor, y por eso, algunos pocos fueron descubiertos, pero el cangrejo cobarde siguió perfeccionando sus máquinas de terror. 




El hombre empezó a apoderarse de todos los pueblos de dónde había sido expulsado. Abusó de mujeres, niños, ancianos, los puso a trabajar para él, y todo lo hacía bajo engaño y violencia. Cuando uno de sus agentes era descubierto, otros de inmediato los sustituían. El cangrejo se perfeccionaba en la ciencia de la mentira y el terror. Su táctica era muy sencilla, primero sus agentes averiguaban los puntos débiles de cada pueblo, luego creaba bandos entre ellos por medio de mentiras, les vendía armas a ambos y entonces los orientaba a batallar entre ellos. Finalmente, como luego de toda guerra quedan tan débiles y endeudados, sus agentes tomaban el poder. Y así pueblo tras pueblo su poder se hacía absoluto. 







Cierta vez invitaron a la TV a un presidente de un pueblo para que hablara con los niños y cuando miles de televidentes lo observaban, un niño le pidió que le hiciera un barco de papel para jugar con él en las charcas. El presidente estaba muy nervioso y sudaba muchísimo, no lo podía evitar, y derramó tanto sudor que de pronto, como escultura de arena, empezó a desbaratarse ante las cámaras. El sudor desmoronó su estructura débil ante la ternura, sus pies endebles no lo soportaron y cayó frente a todos los televidentes mostrando lo que realmente era: una mentira, un agente inhumano.





La noticia corrió por todas partes y los revolucionarios de todos los pueblos llevaron niños a presidentes, ministros, empresarios, profesores, obispos, y todo aquel que representaba el poder, para que le construyeran un barco de papel. Y así, todos se diluían, se desvanecían, fundían o derretían en medio de los aplausos de los revolucionarios. 






El hombre miserable está furioso, ya no sabe qué hacer, sus mentiras son reconocidas, pero no se atreve a aplastar al cangrejo. Y todo esto por culpa de un barco de papel.




el caudal encantado

viernes, 12 de octubre de 2012

NI PUTA IDEA

EMILY CARO


Siempre tuve varias dudas, pero nunca pensé que las putas ideas vinieran en faldas.




No tenía edad suficiente la primera vez que las vi en la calle bajo un semáforo. Yo tenía la duda de saber si estar desnudas ahí bajo la noche, no les producía frío. Las miraba como con el miedo del niño que sabe que lo que está viendo no le es permitido, pero si comprable. El autobús se paraba bajo el mismo semáforo que ellas, y todos en el colectivo las miraban de reojo, de perfil, comentando, riéndose y hasta envidiándoles. Yo solo me asombraba de cómo ellas miraban a los del colectivo, eran más sutiles ellas para mirar, más condescendientes incluso. Nos miraban con la nostalgia de saber que veníamos de terminar nuestras jornadas; las de ellas, apenas comenzaba.


La primera vez que amé a una mujer no sabía que ella amaba a tantos hombres.

Después de amarla, varios años después, entendí que era lo suficientemente joven, inocente y aprendiz para saber que estaba en problemas.

Yo tenía la certeza que tienen los jóvenes cuando se enamoran, el miedo necesario para aliñar mi propia historia y la libertad a mi completa disposición. Haberme ido de la casa tan joven me puso en los lugares correctos para aprender luego que las sardinas con espagueti no mataban como el veneno, o por lo menos recuerdo que esa era la comida que le hacía mi mamá a Chispita y Boby, los perros de la casa. Luego espagueti con salsa de tomate porque era lo que había, mi asombro era evidente, mi sorpresa ante esa realidad, que solo había visto por televisión, era como estar viendo el noticiero y sus cifras de pobreza, pero en la vida real.

Quizá no la amaba tanto como creía, pero amaba todo lo que ella era para mí, era descubrir el mundo todos los días, en cada jornada diaria, en la que no se sabía como terminaría el día. Ella usaba las manos para comer y yo solo pensaba en que no había servilletas, el agua tenía el sabor a gloria, pues horas antes habíamos subido decenas de escaleras con tobos de plástico llenos del chorrito que caía en la parte baja del cerro.

Estar en un barrio de Caracas por primera vez, fue como hacer realidad todas las películas de la televisión, desde las más violentas hasta los dibujos animados pero definitivamente ella era la princesa del cuento, la protagonista de la novela, la cifra del noticiero.


Cuando la conocí me pareció una mujer muy fea, fue una imagen normal, común. De esas que solo se olvidan y no más. Luego de conocerla con sus dientes llenos de carne, como los personajes de la tele con los dientes llenos de vísceras, supe su nombre. Era tanto mi escándalo interno de ver su dentadura sucia que ni siquiera oí bien el de ella ni dije el mío, una corneta de autobús me sacó del tonto trance, meses después la llevé a mi casa.

A esas alturas ya recordaba su nombre y su número de teléfono. Una de las tardes que compartíamos su tío fue a buscarla en un carro último modelo, no recuerdo el nombre de su tío, pero si la sonrisa con que la miró, lo que si recuerdo claramente es el nombre de su marido.

Caracas de noche invita a caminar, a conocer, a escaparse de las casas agobiadas llenas de familias inconclusas y abstractas. Yo era un peatón de esas noches, uno de esos pasos dados en falso en las calles del centro, un cliente de cualquier bar, un comprador de cerveza, un tomador de ron, todo eso se es en Caracas de noche.

No supe de su profesión hasta que un revolver me enfrió la nuca para advertirme que estaba en la compañía equivocada, todo parecía estar revuelto dentro de mis dieciséis años, las preguntas de cómo sería todo si ese revolver me disparaba deambulaban por mi mente, imaginaba a mi mamá manchando su maquillaje de tanto llorar y decirle a todos los asistentes a mi velorio lo terco que podía ser cuando estaba vivo, todo eso pasó al final, antes; el tío, ella y yo éramos buenos amigos.

No hay que tener suficiente edad para entender que es ser pendejo, pero si hay que estar enamorado para ver solo una parte de la historia. Es que el tiempo no transcurría cuando ella estaba, nosotros transcurríamos en el tiempo, la ciudad dejaba de ser un peligro en las noches para convertirse en mi lugar perfecto. Cada paso abarrotado de sensualidad que daba a mi lado era como ganar el cielo. Nunca supe que tener dieciséis años fuese tan perfectamente posible hasta ahora que ya no los tengo.

Hasta que lo supe, supe donde trabaja porque un día me dijo que estaba trabajando y que por favor la esperara al salir, la dirección que me dio era la de un hotel, antes de poder preguntarle algo ella colgó la llamada y con ese ruido que hacen los teléfonos cuando cuelgan el auricular se estallaron mil dudas, el colmo de aquella confesión no era que ella era prostituta, si no, que yo fui a esperarla a lobby del hotel.

Mucho pudo haber pasado antes, mucho puedo estar obviando en este cuento, pero también mucho dejé de vivir. Alexa tenía solo quince años y no iba a la escuela pero si iba a los hoteles, siempre me pregunté como podía entrar a ellos si era menor de edad, años más tarde lo entendí.

Mucho pudo haber pasado en esa historia, mucho pude haber dicho, mucho pude haber obviado.

Todavía recuerdo que tuve que saltar muchos techos para huir y que el revolver que un día me enfrió la nuca no me alcanzara. Las noches que dormimos con respiraciones encontradas fueron suficientes para que todavía el respiro quede intacto.

Cada hombre tiene una prostituta propia, algunas con altos precios se metieron en la mente y allí se estacionaron por un tiempo, otras más baratas se instalaron para siempre.


Alexa tenía un nombre distinto al que hoy menciono, tenía quince años, tenía un tío, tenía un trabajo nocturno e intermitente, tenía una hija y con eso último fue suficiente para que yo corriera mil millas lejos de ella.

El día que íbamos a escaparnos, irnos lejos, como en las películas, algo pasó y el miedo me ganó la partida. Yo tenía dieciséis años y esa es mi mejor excusa para no haberme ido con ella a escaparnos de la ciudad, de las noches, del frío y del revolver que siempre me enfriaba la nuca.

La última vez que supe de ella, tenía 16 años y una barriga de ocho meses hermosamente redonda, la barriga de ese momento hoy debe tener cinco años y se llama Alexandra, nombre que yo escogí.

Ahora paso por la Avenida libertador y veo en la mirada de sus colegas un pedacito de mí que se quedó en esas piernas que nunca se abrieron para mi, pero si para un público extenso.


Descubrir que tienes dieciséis años y que esos quince que te acompañan son como una estación del metro, es como ver la final de la película y las cifras del noticiero.

Ahora que tengo la edad suficiente para verlas en la calle bajo el semáforo, sigo teniendo la duda de saber si estar desnudas ahí bajo la noche, no les produce frío. Aún las miro como con el miedo del niño que sabe que lo que está viendo no le es moralmente permitido, pero si comprable.

El autobús se para aún bajo el mismo semáforo que ellas, y todos en el colectivo las miran de reojo, de perfil, comentando, riéndose y hasta envidiándoles. Yo solo me asombro de cómo ellas nos miran, son más sutiles ellas para mirar, más condescendientes incluso. Nos miran con la nostalgia de saber que venimos de terminar nuestras jornadas; las de ellas, apenas comienza. Nos miran con la rabia de saber que la policía que protege al resto de la ciudad a ellas las deprime cada noche.

¿Qué puede haber en el cerebro de los policías que cuidan nuestra ciudad? ¿Qué puede haber en las miradas de los que vemos desde la ventana a las mujeres del semáforo?


La primera vez que amé a una mujer no sabía que ella amaba a tantos hombres, hoy no se si ame a otras mujeres, pero sé que cada hombre tiene una prostituta propia, algunas con altos precios se metieron en la mente y allí se estacionaron por un tiempo, otras más baratas se instalaron para siempre y ella, que ya no tiene quince años ni yo tengo dieciséis.

EL TIGRE Y LA FLOR



RÉGULO POYER






 

Una vez un tigre que vivía adentro de alguien se enamoró de una flor oculta en una persona. 

Él la cultivó, y aunque sus garras eran torpes y su lengua áspera, ella agradecida lo perfumó. 

El tigre movía la tierra con sus garras acariciando sus raíces, y ella desprendía perfumes que acallaban su rugir. 

Pero un día sus cuerpos ajenos deciden partir y algo extraño ocurrió, el tigre empezó a secarse y la flor comenzó a rugir.

Él que agoniza sin el perfume de su flor extraviada, la buscó por el mundo y llegando al castillo de los espejos, en un reflejo, vio a su amada. Trató de buscar la imagen, pero esta era reflejo de otra en otro espejo, y este en otro y otro: era un laberinto en una fortaleza llena de espejismos, donde los cristales enloquecían al tigre.

Y mientras tanto la flor nunca estuvo dentro del castillo. Ella estaba con otras flores en un huerto vecino al castillo, y desde allí se reflejaban.

Aun así, ella lo espera exhalando su mejor perfume, oyendo el rugir del tigre encantado dentro de la fortaleza cristalina.